Cualquiera que haya tenido algún acercamiento a los ámbitos académicos, o incluso desde la propia experiencia de escolarización, puede constatar el malestar general que habita estos espacios con respecto a los procesos de enseñanza y aprendizaje que se llevan a cabo. No es un problema actual, es una sucesión histórica de inconsecuencias que hacen mella en una sociedad que supone altos índices de “desarrollo”, pero que paradójicamente va en detrimento de la estabilidad física, mental, y espiritual de la población. Esto se debe en gran parte a que los intereses de las autoridades que dirigen el sistema se encuentran fuertemente mediados por el materialismo, una lógica de explotación que se evidencia en la crisis humanitaria y medio ambiental actual. Bajo esa premisa, la educación occidental, que históricamente se ha erigido como pilar de los organismos de control, se encuentra bajo el influjo permanente de dichas ideologías de tinte positivista, cercenando el aspecto espiritual del hombre que lo ubica en una relación profunda con la tierra.

Ante tal situación, los infantes y los jóvenes están siendo ineludiblemente orientados hacia prácticas que no satisfacen las necesidades del ser, manifestándose en el desinterés por los propósitos pedagógicos y los contenidos curriculares en los que se fundamenta la escuela; una tendencia que perfila la educación como una transición tediosa y obligatoria hacia la incertidumbre del qué hacer laboral y el desarrollo personal. Las universidades e instituciones de educación superior tampoco escapan de la mercantilización que fragmenta las áreas de conocimiento, inhibiendo la correlación que existe en el saber universal, cuyo propósito es el del retorno al origen, es decir, la consciencia superior que rige el universo; y no el despropósito de la artificialidad en la que se ha convertido la vida.

La exigencia de certificaciones para laborar y devengar una determinada cantidad de dinero, limita el pensamiento y el campo de acción de los individuos a espacios de inconformidad y frustración, a la vez que dista de la naturaleza verdadera que sitúa al hombre en el contacto con la tierra y su conservación; en vez de ello, se alzan metrópolis inertes que extraen desmesuradamente lo que es menester para sustentar un cómodo estilo de vida que se cierne sobre el osario de sus destructivas reacciones. De tal manera se ha fomentado una consciencia ignorante y egoísta que desvía la mirada hacia la ilusión de la modernidad: engaño, y espectáculo; de allí que los medios masivos de comunicación bombardeen constantemente las ansiedades e inseguridades de la población para mantener el statu quo de consumo.

Los sujetos requieren espacios de formación en el que desarrollen sus capacidades de manera honesta, donde no les sea impuesto una visión tergiversada de la realidad; por ello se hace necesario un cambio en la perspectiva educativa, una que precisamente surja como elemento esencial para la transformación de la consciencia, descentralizando al hombre, y colocando a la tierra, al sustento, a la madre, en una posición elevada en donde todas las entidades vivientes convivan en armonía, eso se denomina verdadera humanidad. Para ello, las comunidades nativas en consideración de las problemáticas que acaecen, se han manifestado generando espacios de diálogo y concertación con las diversas autoridades tradicionales sobre aspectos álgidos que nos conciernen a todos como habitantes del mismo entorno, de manera que sea posible desarrollar compromisos que integren los intereses comunes en la búsqueda de la paz mundial y la paz interna a través de la sabiduría ancestral, la cual enseña que la relación entre los seres humanos debe basarse en el amor universal, y no en la superficialidad que plantea la modernidad, evitando así los prejuicios en contra de quienes poseen costumbres o apariencia diferentes, evitando la influencia del neo-colonianismo.

La UDSA (Universidad de Sabiduría Ancestral) y la NUE (Naciones Unidas del Espíritu) son el esfuerzo para facilitar la cooperación entre los pueblos en la recuperación de los valores primordiales que guían el sendero del hombre hacia la armonía con la energía universal, respetando las aparentes diferencias que en esencia no son más que diversas expresiones del mismo origen verdadero.

Por: Diego Castañeda

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